jueves, 16 de diciembre de 2010

El espejo del alma

"Dicen que todos perdemos 21 gramos en el momento exacto de la muerte".

Ésta es una de las muchas ideas equivocadas que el cine ha dejado en herencia de la cultura popular y el subconsciente colectivo. Es una cita de la película 21 gramos, obra cumbre del directo mexicano Alejandro González Iñárritu que en 2003 le valió 2 nominaciones a los Oscar y 5 nominaciones BAFTA. Según la película, estos 21 gramos son el peso del alma, el peso que todos perdemos en el momento en que nuestra alma se desprende del cuerpo.

Hay que decir que el mérito a esta idea tan romántica como poco realista no es de los guionistas de la película, sino del Dr. Duncan MacDougall, un médico de Haverhill, Massachusetts, que a principios del siglo XX realizó una serie de experimentos (de muy poca rigurosidad científica) con los que pretendía demostrar su hipótesis de que el alma humana tenía masa y que, lógicamente, el cuerpo humano debía de pesar un poco menos tras el momento de la muerte. La diferencia de peso antes y después de la muerte sería, obviamente, el peso del alma. Los resultados de los experimentos no dieron datos concluyentes (como era de esperar), aunque en la cultura popular quedaron registrados esos 21 gramos, supuestamente un promedio de las mediciones de MacDougall.

Para saber el origen del concepto de alma, nos debemos remontar a la aparición de las primeras escrituras, sobre el cuarto milenio a.C. En aquella época los egipcios ya pensaban que el ser humano estaba compuesto por varios elementos tangibles e intangibles. El Ba era el concepto más cercano a la noción occidental de alma.

Posteriormente, el credo órfico de la mitología griega expresaba, mediante la literatura, el alma como ente inmortal que recibe premios o castigos tras la muerte del hombre. El credo órfico inspiró a Platón para su idea de que en el hombre se encontraban dos principios opuestos: el cuerpo, perteneciente al Mundo Sensible, y el alma, ente intangible y eterno que vincula al hombre al Mundo de las Ideas.

El alma surge de la necesidad del hombre de tener una esperanza de vida tras la muerte, así como del desconocimento de cuál es la fuente de las pasiones y emociones que separan al hombre del resto de seres vivos. La falta de información acerca de la naturaleza de nuestro ser fue suplida por una suposición inventada, cuyo principio establece que el hombre tiene algo más que va más allá de lo material y que no puede morir nunca.

Sin embargo, a medida que avanzó el pensamiento y el conocimiento humano, aparecieron otros pensadores como Friedrich Nietzsche, que consideraba el alma como una invención que ayudaba a fortalecer la creencia de la existencia de un Dios. Tal y como defendió Nietzsche, uno de los filósofos más influyentes en el pensamiento contemporáneo, actualmente sabemos que, en efecto, nuestras emociones no proceden de un ente intangible y místico atrapado en nuestro cuerpo material.

Para entender de dónde proceden las emociones, no es necesario inventar cuentos fantásticos que, si bien pueden ser un excelente entretenimiento para adultos y pequeños, pueden alterar gravemente nuestra visión objetiva de la realidad. Basta con estudiar la parte más desconocida,  compleja y fascinante de la anatomía humana: el cerebro.

La característica más fundamenal de nuestro cerebro es que está formado por varias zonas que evolucionaron en épocas distintas. Cuando en el cerebro de nuestros antepasados se desarrollaba una nueva zona, la antigua no desaparecía. La nueva zona crecía encima de la antigua, de manera que el nuestro cerebro contiene su parte más primitiva en el núcleo y su parte más moderna y sofisticada en la periferia.

A la parte más antigua de nuestro cerebro se le llama cerebro réptil. Se trata de la esencia más básica de nuestro ser, y es la encargada de los institos básicos de supervivencia, como el deseo sexual, la búsqueda de alimento o las respuestas agresivas del tipo pelea o huye. El neurocientífico Paul MacLean escribió en una ocasión que "aún  tenemos en nuestras cabezas estructuras cerebrales muy parecidas a las del caballo y el  cocodrilo".

La capa intermedia del cerebro recibe el nombre de sistema límbico. Comprende centros importantes como el tálamao, el hipotálamo, el hipocampo y la amígdala cerebral. En el ser humano estos son los centros de la afectividad y las emociones. Sin ellos nuestro cerebro sería incapaz de distinguir la tristeza de la felicidad, y el ser humano no tendría sentimientos ni empatía.

Encima del sistema límbico se encuentra el neocórtex, o la corteza cerebral. Fue la última zona que apareció en nuestro cerebro y es la responsable del razonamiento y del pensamiento abstracto. La capacidad de planificar, el lenguaje o la imaginación provienen de la actividad de esta región cerebral.

Gracias al neocórtex el hombre es consciente de sí mismo, y tiene una compleja vida emocional que va más allá de las emociones primarias, lo que hace que sea un animal único entre todas las especies. Pasiones como el amor, la venganza, los ideales o la moral y la ética son consecuencia de esta posterior evolución del cerebro. Esta combinación entre sentimientos primarios y emociones más complejas es debida a que el sistema límbico y el neocórtex están en constante interacción. Esto también explica el hecho de que las personas podamos tener control sobre nuestras emociones. 


El amor es un sentimiento que, históricamente, se ha interpretado como algo místico que trasciende al plano físico. Ante el desconocimiento de la naturaleza del ser humano, es normal que el concepto de alma acuda al rescate. De hecho, todo el mundo ha oído alguna vez la trillada expresión de las almas gemelas. Sin  embargo,  gracias a los estudios del Dr. Donald F. Klein y el Dr. Michael Lebowitz, hoy en día sabemos que los cambios físicos y emocionales de la persona enamorada se producen porque el cerebro libera una gran cantidad de feniletilamina, un neurotransmisor de la familia de las anfetaminas. Éste es el motivo por el que una persona enamorada ve la realidad de forma distorsionada, padece insomnio y vive en un estado de excitación continua.

Es triste que habiendo llegado el conocimiento del hombre hasta este punto, todavía exista todo un negocio sostenido por charlatanes y estafadores que se alimentan del dolor de las personas que han perdido a un ser querido. Farsantes que se autoproclaman poseedores del don de comunicarse con los muertos, y familias que se gastan fortunas en contratar los servicios de cualquier trilero de feria con pocos escrúpulos.

Por suerte existen personajes públicos como James Randi, que ha dedicado gran parte de su vida a concienciar a la gente acerca de la gran cantidad de estafadores que se autoproclaman poseedores de dones tales como la predicción del futuro, la comunicación con los muertos o la sanación de distintas enfermendades, pasando por todos los placebos modernos, como la homeopatía, el Reiki o la reflexología podal, entre otras pseudociencias de baratijo que se inspiran en la obsoleta medicina oriental.

Randi fue un ilusionista que en los años 70 se hizo internacionalmente famoso por desenmascarar a un farsante llamado Uri Geller, que usaba trucos de ilusionismo para hacerlos pasar por poderes sobrenaturales. Randi escribió un libro llamado La magia de Uri Geller, en el que explicaba como Geller realizaba sus trucos.

En 1996 se creó la Fundación Educativa James Randi. La Fundación de James Randi ofrece un premio de 1.000.000 de dólares a aquella persona que pueda demostrar bajo unos rigurosos criterios de observación científica que, en efecto, tiene algún tipo de don o poder paranormal. Como era de esperar, hasta ahora nadie ha conseguido el premio. 

Sólo queda decir que hemos tenido la suerte de vivir en una época en la que el conocimiento del hombre ha llegado a un extremo capaz de desmitificar todos los dogmas establecidos en nuestra cultura desde hace miles de años, como son las religiones, las supersticiones y otras ideas que únicamente ayudan a que la gente se forme concepciones falsas de la realidad, y que permiten que aparezcan indeseables que pueden tomar ventaja de ello.

Karl Marx dijo en una ocasión que "la religión es el opio del pueblo".

Yo también digo que el conocimiento es poder. El conocimiento es la única forma que tenemos de despertar, de no dejarnos engañar, y de liderar a nuestra sociedad hacia un mundo en el que la gente no se tome en serio las ideas ridículas. Porque, en palabras de Che Guevara, "un pueblo que no sabe leer ni escribir es un pueblo fácil de engañar". Pero un pueblo que se cree las mentiras también. Por favor, no nos creamos las mentiras. Contamos con los recursos necesarios para ello.

¿Puedes ver tu alma reflejada en el espejo? Invierte tu perspectiva.

3 comentarios:

  1. Muy buen post. Sigue así!
    Víctor :)

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  2. Este post que has hecho me ha gustado mucho, y el vídeo que has puesto es muy interesante. Felicidades!

    Martí ;)

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  3. Hola, Salva
    Realmente es un tema que da que pensar.
    Y como muy bien dices tú. Que suerte hemos tenido, o habéis tenido los que habéis conseguido reunir tanta información, pero los que no, tú contribuyes con tú granito de arena a que así sea.
    Muchas gracias por explicarlo tan claro.
    Saludos Vicky!!

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