martes, 9 de abril de 2019

El sincericidio como recurso básico de toda oveja negra

¿Por qué la gente tiene tanto miedo a oír la verdad?

Y ya no digamos a decirla...

Vivimos en un mundo donde las apariencias cuentan tanto que cualquier oveja negra con la suficiente honestidad de decir la plana verdad sobre cualquier tema, por banal que éste sea, puede ver amenazada su supervivencia social y convertirse en un paria a evitar, alguien peligroso con la molesta capacidad de hacer sentir incómoda a la gente por el mero hecho de no ser políticamente correcto. Si bien el derecho de libertad de expresión nos ha dado la posibilidad de desahogarnos criticando a los políticos por la que está cayendo, o al entrenador de nuestro equipo de fútbol por haber perdido el último partido, considero que somos una sociedad cobarde y con un miedo extremo al qué dirán. La mayoría de personas alardean de sus opiniones muy fuertes sobre temas que no les afectan o solo les tocan por la tangente, critican a personas que están lejos o situaciones que no les incumben, pero no son capaces de decir ni media verdad cuando ésta podría ir en contra de los intereses o las opiniones del statu quo más inmediato de su grupo social. Huimos de la polémica, pero yo creo la polémica es buena cuando enriquece, cuando denuncia una injusticia o una situación que no es sostenible, cuando alguien ha herido nuestros sentimientos y hay que decirlo. O cuando nos sale de los huevos decir que no estamos de acuerdo, leñe.

Cuando toca decir la verdad sobre nuestras cosas cotidianas, ser honesto y decir lo que hay sin maquillaje, sin temor al qué pensaran, quien se ofenderá o  padecerá una indigestión por tu existencia, o quien no te entenderá porque no es capaz de entender, aquí es donde la mayoría de personas respetables y diplomáticas prefieren meter la cabeza dentro del culo antes de decir algo que tenga el más mínimo riesgo de ser malinterpretado o desaprobado por las otras personas. Un día alguien apreciado pero con un punto de vista diferente del mío acuñó un término para este acto de decir la verdad en contra del statu quo, el decoro o la creencia generalizada: sincericidio. Tengo que decir que, desde que la oí, adoro esta palabra y la he hecho mía. De hecho, creo que el sincericidio es básico para avanzar, es el motor del progreso. 

Mi último encuentro con el sinceridio ha sido hoy mismo. Resulta que en mi actual empresa estoy haciendo un nuevo rol que tiene una carga de trabajo muy alta, y entre esta situación y las propias ineficiencias del novato que está aprendiendo (o sea, yo), llevo un mes sin vivir o viviendo una muerte en vida a causa del estrés y el malrollismo, diversificado pero intenso. Yo, que soy dado a la conversación sin subterfugio con la buena gente de a pie, pues cada vez que me preguntan mis colegas del trabajo qué tal me va respondo pues muy a mi modo: "Pillando", "pues de puto culo", "¿no se me ve en la cara?", o alguna cosa así, medio en broma medio en serio, pero dando por hecho que mi capacidad laboral es de sobras bien reconocida tras mis años de buen desempeño en esta compañía, y que si digo esto por algo será y tampoco me lo tomo a la tremenda, puesto que confío en mi habilidad para darle la vuelta a la situación. Yo mismo soy el primero que dice que llevo poco en el nuevo puesto y que estoy en un periodo de adaptación, pero que a día de hoy mi vida es un infierno. Hasta aquí todo normal. O quizás no. Pues una persona más experimentada que yo y que me tiene mucha estima me ha comentado que mejor que no vaya aireando por ahí que no llevo el tema muy controlado. En ese momento yo le he quitado hierro, pero, joder, tiene toda la razón. Es un buen consejo. Pero solo es un buen consejo por el contexto en el que vivimos. Por la sociedad cobarde, por el entorno en el que ser espontáneo, auténtico, es penalizado. Quizás es que el mundo de las apariencias está todavía más presente en el mundo empresarial. No lo sé. Pero me jode. Y a ti debería joderte. Porque tú también tienes ganas de decir lo que hay. También tienes ganas de sincericidarte. Pero no tienes los cojones u ovarios que hacen falta, o ya te has resignado y piensas que no merece la pena y para qué llevarte un torta por querer ser el tonto que cambia el mundo.

La verdad es que soy una oveja negra. No me llevo bien ni con mi madre. Y a lo largo de mi vida, me han caído hostias como panes por decir la verdad. El sincericidio me ha puesto contra la espada y la pared en más de una ocasión, y ha desatado varias crisis. Pero siempre he salido de ellas viviendo en una realidad un poco mejor. Una realidad más a mi manera. Porque lo bueno del sincericidio es que, a pesar de las consecuencias, es el único modo de ser fiel a ti mismo. 

Lo reconozco, soy un sincericida. Y me encanta, no sé vivir de otra manera.

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